viernes, 11 de noviembre de 2011

Aun estando a ciegas, el mundo brilla.

Sales un día de casa, pensando en lo bonito que es tal día, ha salido el Sol, sus rayos iluminan tu adormilada cara, pero no te importa porque la sensación de calor te encanta. Vas por la calle, disfrutando de ese sol radiante, pasas cerca de una tienda, en la que está sonando en la radio tu canción favorita, ahora es la música, junto al calor, lo que fluye por tu cuerpo, te dejas llevar incluso meneas el pelo para dejar al viento tu melena... Sigues con tu paseo con una sonrisa de oreja a oreja bordada por una rayo de sol y una melodía cuando de repente, por ir pensando en algo tan bonito como es un buen día, te tropiezas y caes de golpe rompiendo esa pulsera tan bonita que te regaló un día alguien a quien en su día diste tu corazón y puso el suyo en esa pulsera... Te das cuenta de que el día ya no es tan bonito, la sonrisa se convierte en una curva mal doblada, no ves el sol porque agachas la cabeza y tienes frío porque una mala sensación ha bajado desde la cabeza hasta los pies produciéndote un escalofrío...
Ahora te sientes culpable, por haber tropezado por no ir mirando donde debías, por ir pensando en cualquier cosa a lo que tenias que pensar en ese momento... tu culpabilidad aumenta cuando ves que eso que se ha roto no lo puedes recuperar y te fustigas pensando: si no hubiese ido pensando en las musarañas ahora tendría la pulsera, si no hubiese escuchado mi canción no habría pensado en musarañas, si no hubiese mirado al sol a lo mejor andaría mas espabilada y habria visto el escalón... y terminas de echarte la culpa pensando: no tenia que haber salido de casa...
Al día siguiente vuelves a salir, miras hacia el Sol, ya no luce tanto como ayer, pero no le das importancia, sigues caminando y pasas por esa tienda que siempre tiene música a todo volumen pero esta vez la canción no te gusta y dejas de escuchar. Sigues tu camino, te das cuenta de que el día es un poco mas gris que ayer, pero aun así disfrutas del aire que frota tu cara y respiras hondo, la sensación es diferente, hace frio. De repente se pone a llover, no tienes paraguas y la humedad cala hasta los huesos, quieres llegar a casa, tantas son las ganas que echas a correr sin percatarte de que en el suelo hay muchos charcos…vuelves a tropezarte. El barro tapa tu cara, tienes los pies mojados y muy fríos te invade la vergüenza… lloras. Deseas desaparecer pero sabes que es imposible, con que echas a correr de nuevo esta vez más deprisa, necesitas refugiarte en casa.
Te despiertas por la mañana y abres la persiana, la tormenta no cesa, sigue lloviendo, el dia es más gris aun que los anteriores y entra aire por alguna grieta de la ventana, vuelve el frio. Analizas detrás del cristal si es buena idea salir a la calle, por una parte no quieres mojarte ni pasar frio, pero por otra necesitas salir a la calle a despejarte y a dar tu paseo…
De repente te acuerdas de la pulsera, del charco, del frio… Tienes miedo, miedo de volver a tropezar, de volver a fallar… Te alejas de la ventana, con la mirada perdida mientras acaricias tu muñeca desnuda… La tristeza se apodera de ti, el frío te abraza y algo salado resbala por tu mejilla… Agachas la cabeza, abatida, tapando con las manos el salitre de tu cara, poco a poco te arrastras hasta el suelo y quedas de rodillas con la cabeza entre las manos, apoyada en la pared. Lloras desconsolada pero disimulas para que nadie te oiga, el berrinche es cada vez más fuerte y cada vez te cuesta más controlar tu pena, has perdido la noción del tiempo. Al rato alguien llama a la puerta, no contestas, pero insiste, al parecer alguien ha logrado escuchar tu disgusto.
-¿Cuál es tu problema?
-Ninguno –sollozas acercándote a la puerta-.
-Y… ¿Por qué llorabas?
-Rompí mi pulsera

Las lágrimas no eran de dolor, ni de pena, ni de frio… era impotencia. La pulsera no era lo más importante, pero al igual que el golpe, dolía. El problema estaba en que se habían ido las ganas de volverlo a intentar porque después de un día malo, otro, otro… No te acordabas ya de lo bonito que podía llegar a ser un día, de la de sonrisas que podías dar y recibir, de que algo bueno te podía pasar… Eso no importaba, por la ventana ya no veías los días llenos de cosas nuevas, de cosas buenas, sino que todos eran grises, sin nada nuevo que aportar salvo tragedia…

-Bueno, ¿Qué tal hoy el paseo?
-Genial, hace un día estupendo.
-Te lo dije…
-Llevabas razón, la mala suerte parece que me ha dado un respiro. He salido a la calle, el día era precioso y el aire olía mejor que de costumbre, además he aprendido algo…
-¿Ah si? Dime, ¿el que?
-Simplemente he mirado hacía el cielo, el sol relucía en su más alto brillar, he abierto bien los ojos y he descubierto lo afortunada que soy por poder disfrutarlo otro día más…
-Pero… ¿Y qué es lo que has aprendido?
-Ah sí, ¡se me olvidaba! Mira, me he comprado otra pulsera, ¿te gusta?- sonreía de oreja a oreja mientras mostraba su muñeca…-

Cuando pienses que ya no hay nada, que todo es gris, busca aquello por lo que merezca la pena seguir, luchar… Cuando lo encuentres no te hará falta pensar, antes de hacerlo te habrás levantado sin darte cuenta.

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